
A lo largo del texto, Pamuk entrelaza la historia de la cuidad con su vida personal (así es como puede comprenderse lo que el título engloba: características de la ciudad con los recuerdos de una persona que vivió en la misma), y aspectos que lo marcaron. No se limita a describir únicamente su casa-museo, sino todo su entorno, desde las calles, mansiones y suburbios, hasta paisajes completos de valles y el Bósforo. Toma pasajes de su vida y las complementa con diversos movimientos sociales que se dieron desde más de un siglo anterior a su nacimiento, durante su niñez y juventud: relata acontecimientos importantes de la ciudad actual y las concluye con anécdotas acordes con el tema que desarrolla.
Un factor importante que se resalta es cómo la belleza se destaca en cualquier parte de la ciudad en cuanto a la visión de cada persona. Se narra la perspectiva de personas extranjeras (Nerval, Gautier, Flaubert, entre otros) provenientes de regiones “modernas”, lo que el autor reconoce como Occidente, y la contrasta con el enfoque de sus ‘cuatro amargos escritores solitarios’ (Kemal, Hisar, Koçu y Tampinar) originarios de Estambul. Lo que para unos era exótico y singular, para los otros era un recuerdo amargo de lo que un día fue, se perdió, y nunca volverá a ser. Para los habitantes de la ciudad, las mansiones desbaratadas, los suburbios, hasta los barcos que cruzaban el Bósforo, causaban diferentes impresiones según su amor a la República recientemente creada, el nacionalismo y la educación.

Pamuk, en el compendio de recuerdos de su vida y la relación que presenta con la Historia de Estambul, tiene como objetivo no sólo captar la atención del lector, sino de hacerlo reflexionar sobre su vida en cada aspecto y la influencia de su entorno, ya sea su propia sala o los grandes paisajes de su ciudad, con las decisiones que ha tomado. La lectura envuelve un sentimiento de melancolía y hasta amargura por un pasado que no se repetirá, pero con la clara idea de que el cambio y un futuro hacia lo opuesto de la cultura natural (en este caso, hacia la “occidentalización”) logra que se derrochen ciertos valores que la sociedad no debería perder por “modernizarse”. Las personas, así como la sociedad y su entorno, poseen características tan arraigadas que aún cuando quieran modificarse, la esencia sigue siendo la misma, y el sentimiento hacia ella no cambia.
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